Tierra Serena VII

Cuando despertó, se encontraba en la cama… en una cama que no era la suya. Sábanas carmesíes, color vino, de la más suave seda; y un dosel negro abierto por ambos lados y a los pies del lecho. Ella, desnuda, arropada por las sedas y la sensación de desamparo.
La habitación era hexagonal, oscura, siniestra, demasiado grande y llena de demasiado vacío. Estantes, atriles y objetos extraños poblaban la estancia, y grandes tapices con escenas sangrientas cubrían las paredes. Mesas con libros abiertos, material de alquimia, hierbas, botellas de vidrio llenas de saben-los-dioses-qué… Hasta la última pulgada de suelo estaba también cubierta por alfombras bordadas. Aquí y allá objetos de la más oscura y variada significación: un reloj de arena lleno de sangre, una mano seca y apergaminada colgada de un clavo, una espada de filo de fuego, una calavera de algún animal de enormes colmillos, un puñado de gemas multicolores… La chimenea era inmensa, inmensamente grande –necesaria para una habitación de tal tamaño-, y en ella languidecían unas brasas. El humo que se desprendía de las que se iban apagando era perturbadoramente denso y sinuoso, elevándose en un silencioso serpenteo mientras tejía runas y premoniciones para quien supiera leerlo.
Acentuando aún más la sensación de amplitud, un espejo de ocho pies de alto y nueve de largo, con un marco labrado en plata vieja, devolvía a la habitación la imagen de sí misma. Runas talladas en la plata fulguraban levemente con irisados reflejos de matiz ahora rojizo ahora azul, latiendo, danzando silenciosas su tétrica danza. A su derecha, un poco alejado, un extraño soporte metálico, trípode de patas curvadas hacia fuera y terminadas en garras, sobre el cual levitaba una esfera blanca y parpadeante.
Una enorme vidriera de colores brillantes y sin embargo tenebrosos ocupaba prácticamente la totalidad de una de las seis paredes que formaban la estancia, con un escudo de armas que la oscuridad del exterior no le permitió distinguir. En otra de las paredes, dobles portones de madera oscura y labrada en cabalísticos y místicos seres, demonios, diablos, ángeles y arcángeles, con una leyenda impresa en letras doradas sobre el dintel curvo de la que sólo percibió unos leves destellos.
Ella miró a su alrededor y se encontró, brillando entre las sombras que poblaban cada rincón, con la mirada burlona y misteriosa de lord Sergei.

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