Sir Ilan se inclinó ante su señor, saludándole con aparente respeto y sumisión. Al levantarse, cuando las miradas de ambos se encontraron, saltaron chispas: no era la típica y más o menos estable relación entre vasallo y señor, desde luego. Era la competencia entre rivales, si no enemigos, y la conciencia en cada mirada de que el más mínimo fallo podía hacer caer a cualquiera de los dos en manos del otro.
Sir Ilan dedicó a lord Sergei la más cínica sonrisa de su repertorio.
-¿Y bien? –inquirió, con una marca de desprecio impresa en su voz tan levemente que sólo un auténtico experto podría saborearla.
-Conocéis la forma apropiada de dirigiros a mí –contestó su interlocutor con aire distraído, aunque en realidad ambos sabían que en aquella sala todos estaban al acecho.
-¿Y bien, milord? –el acento cáustico que Sir Ilan le imprimió a la palabra la volvió casi más insultante que su ausencia.
Lord Sergei sonrió para sí. No era una sonrisa agradable, incluso para todos aquellos que no podían verla. Sus labios no se movieron, pero cualquiera que pudiera verle intuiría que esa desagradable, cínica y ácida sonrisa estaba dibujada en su cara. Paseó su mano por los mapas desplegados sobre la enorme mesa de piedra que ocupaba el centro de la Sala de Guerra. Numerosas armaduras descansaban en las paredes, junto con escudos, espadas, alabardas... todos perfectamente limpios y brillantes. La única ventana, estrecha para el tamaño de la habitación, era insuficiente para iluminar toda la sala, pese a la luz del sol en aquella clara mañana de invierno. La enorme lámpara de araña que colgaba del techo se encontraba, pues, encendida, esparciendo el tenue fulgor de las velas por toda la habitación.
"Así que el bruto ha descubierto mis... jueguecitos... con su esposa", pensó, observando atentamente la falsa reverencia que le ofrecía su lugarteniente. "Si no llega a ser por..."
-Nada, mi buen Ilan –comentó despreocupadamente-. Simplemente me gustaría saber por qué mis órdenes no han sido obedecidas...
El ligero énfasis fue perfectamente perceptible para cualquier oído de la estancia, visible o invisible. Sospechaba que lady Ariadna, su esposa y oponente en la siempre endeble política del reino, le había dado a sir Ilan órdenes secretas a parte de las oficiales que el señor del castillo le había encomendado. A tenor de los resultados, estaba claro a quién servía realmente el astuto guerrero. Estaba empezando a cansarse de mover peones y otras piezas menores en la batalla contra su esposa. A cada movimiento suyo ella le respondía con otro, y viceversa. O no...
Vio cómo al terminar de pronunciar el... reproche... la sonrisita de sir Ilan se desvanecía al instante, revelando por un momento, sólo por un momento, una breve mueca de... ¿miedo? ¿Terror? Para ser reemplazada inmediatamente por un gesto adusto y serio. "¿Podría ser posible que hubiera interceptado el movimiento?". Esta vez dejó que la sonrisa que llevaba dentro se mostrase también a los presentes –visibles o no- que hubiera en la enorme.
-¿Os habéis quedado sin habla? –inquirió con suavidad.
-No, milord –contestó sir Ilan, recobrado de la sorpresa. Tendría que tratar al astuto hechicero con más cuidado-. Creí que el sargento de guardia ya os habría entregado el informe.
Lord Sergei alargó la mano hacia una mesita al otro lado de la habitación. Sin decir una palabra, una rollo de pergamino salió volando desde allí hasta los dedos extendidos del señor, quien desenrolló el mensaje.
-"A las nueve horas de marcha, aproximadamente, varios de los caballos y dos soldados de a pie cayeron a tierra. Un examen a simple vista mostró síntomas de congelación en las articulaciones." –leyó Lord Sergei. Una vez acabado, volvió a enrollar el pergamino. Miró a su lugarteniente fijamente mientras su boca emitía un solo sonido, un vocablo arcano, que hizo que el rollo estallase en llamas. Lo mantuvo en alto, sin dejar de mirar a sir Ilan, hasta que el mensaje no fue más que rescoldos en su mano-. Me gustaría, si me lo permitís, ser informado al instante de cada uno de los cambios de planes que se os ocurran.
-Milord, si hubiésemos continuado...
-¡Silencio!
Sir Ilan cerró la boca involuntariamente, dándose cuenta de que su cuerpo había obedecido pese a lo que su mente ordenara. Tendría que revisar los planes que tenía reservados para el "señor del castillo". Estaba claro que con él no valían las estratagemas simples y directas. "Este hombre es muy retorcido", pensó, "Raro es que en su escudo de armas no esté representada la serpiente que es realmente..."
-¿Me creéis tan estúpido, sir Ilan? –afirmó más que preguntó- ¿Creéis que no sé lo que sucede en este castillo? Mi castillo. Teníais vuestras órdenes. ¿Las recordáis?
-Sí, milord. Comandar las tropas hasta la Torre del Paso Negro. Una vez allí, establecer patrullas continuadas por toda la frontera con el reino de Thrillia. Informar de cualquier irregularidad.
-Bien. Esas patrullas son necesarias, al igual que reforzar nuestra presencia en el Paso. No hace falta que os explique el porqué, ya que vuestro puesto no sólo requiere habilidad para las armas –dijo. "No, también hace falta la sugerencia de lady Ariadna"-. Debido a ello os encomendé el mando de un tercio de nuestras fuerzas. Volver con la excusa de unas pocas bajas es inaceptable
Sir Ilan relajó su cuerpo con la falsa relajación del experto espadachín. El joven hechicero sospechaba, sí, pero parecía haberse equivocado en sus conclusiones. "Cree que he vuelto porque lady Ariadna me ha comentado sus jueguecitos con mi propia esposa". Sí, su cuerpo estaría relajado, pero por dentro la ira había comenzado a quemarlo todo. Si no hubiera acabado tan pronto con el encargo de lady Ariadna, no habría pillado casi in fraganti a su esposa y a ese... ese... traicionero y retorcido engendro del diablo. Se había reído con la sugerencia de su verdadera señora de que tal vez Eli-zabad y Lord Sergei estuvieran manteniendo relaciones. "Ya verá esa zorra quién soy yo", pensó, sintiendo como la ira retrocedía ante el deleite anticipado del castigo que impondría a su esposa. Incluso se permitió sonreír levemente...
-¿Vuestras nuevas órdenes?
-¿Nuevas? Quiero que mañana a primera hora salgáis del castillo con las tropas. Aunque –continuó, no sin satisfacción al saber cómo serían recibidas estas órdenes- esta vez mandaré con vosotros a un par de mis aprendices. Yo no puedo ir, como comprendéis, pero creo que un poco de presencia arcana puede llegar a ser necesaria, ¿no creéis?
-Como deseéis. Con vuestro permiso, me retiraré.
-Lo tenéis –Lord Sergei se giró, dando la espalda a su lugarteniente-. Espero que esta vez mis órdenes no sufran contratiempos, sir Ilan.
-Os informaré en cuanto arribe a la Torre del Paso Negro, milord.
Y al terminar, se dio la vuelta y se encaminó deprisa hacia sus habitaciones. Tenía una cuenta que saldar con su esposa...
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Sir Ilan dedicó a lord Sergei la más cínica sonrisa de su repertorio.
-¿Y bien? –inquirió, con una marca de desprecio impresa en su voz tan levemente que sólo un auténtico experto podría saborearla.
-Conocéis la forma apropiada de dirigiros a mí –contestó su interlocutor con aire distraído, aunque en realidad ambos sabían que en aquella sala todos estaban al acecho.
-¿Y bien, milord? –el acento cáustico que Sir Ilan le imprimió a la palabra la volvió casi más insultante que su ausencia.
Lord Sergei sonrió para sí. No era una sonrisa agradable, incluso para todos aquellos que no podían verla. Sus labios no se movieron, pero cualquiera que pudiera verle intuiría que esa desagradable, cínica y ácida sonrisa estaba dibujada en su cara. Paseó su mano por los mapas desplegados sobre la enorme mesa de piedra que ocupaba el centro de la Sala de Guerra. Numerosas armaduras descansaban en las paredes, junto con escudos, espadas, alabardas... todos perfectamente limpios y brillantes. La única ventana, estrecha para el tamaño de la habitación, era insuficiente para iluminar toda la sala, pese a la luz del sol en aquella clara mañana de invierno. La enorme lámpara de araña que colgaba del techo se encontraba, pues, encendida, esparciendo el tenue fulgor de las velas por toda la habitación.
"Así que el bruto ha descubierto mis... jueguecitos... con su esposa", pensó, observando atentamente la falsa reverencia que le ofrecía su lugarteniente. "Si no llega a ser por..."
-Nada, mi buen Ilan –comentó despreocupadamente-. Simplemente me gustaría saber por qué mis órdenes no han sido obedecidas...
El ligero énfasis fue perfectamente perceptible para cualquier oído de la estancia, visible o invisible. Sospechaba que lady Ariadna, su esposa y oponente en la siempre endeble política del reino, le había dado a sir Ilan órdenes secretas a parte de las oficiales que el señor del castillo le había encomendado. A tenor de los resultados, estaba claro a quién servía realmente el astuto guerrero. Estaba empezando a cansarse de mover peones y otras piezas menores en la batalla contra su esposa. A cada movimiento suyo ella le respondía con otro, y viceversa. O no...
Vio cómo al terminar de pronunciar el... reproche... la sonrisita de sir Ilan se desvanecía al instante, revelando por un momento, sólo por un momento, una breve mueca de... ¿miedo? ¿Terror? Para ser reemplazada inmediatamente por un gesto adusto y serio. "¿Podría ser posible que hubiera interceptado el movimiento?". Esta vez dejó que la sonrisa que llevaba dentro se mostrase también a los presentes –visibles o no- que hubiera en la enorme.
-¿Os habéis quedado sin habla? –inquirió con suavidad.
-No, milord –contestó sir Ilan, recobrado de la sorpresa. Tendría que tratar al astuto hechicero con más cuidado-. Creí que el sargento de guardia ya os habría entregado el informe.
Lord Sergei alargó la mano hacia una mesita al otro lado de la habitación. Sin decir una palabra, una rollo de pergamino salió volando desde allí hasta los dedos extendidos del señor, quien desenrolló el mensaje.
-"A las nueve horas de marcha, aproximadamente, varios de los caballos y dos soldados de a pie cayeron a tierra. Un examen a simple vista mostró síntomas de congelación en las articulaciones." –leyó Lord Sergei. Una vez acabado, volvió a enrollar el pergamino. Miró a su lugarteniente fijamente mientras su boca emitía un solo sonido, un vocablo arcano, que hizo que el rollo estallase en llamas. Lo mantuvo en alto, sin dejar de mirar a sir Ilan, hasta que el mensaje no fue más que rescoldos en su mano-. Me gustaría, si me lo permitís, ser informado al instante de cada uno de los cambios de planes que se os ocurran.
-Milord, si hubiésemos continuado...
-¡Silencio!
Sir Ilan cerró la boca involuntariamente, dándose cuenta de que su cuerpo había obedecido pese a lo que su mente ordenara. Tendría que revisar los planes que tenía reservados para el "señor del castillo". Estaba claro que con él no valían las estratagemas simples y directas. "Este hombre es muy retorcido", pensó, "Raro es que en su escudo de armas no esté representada la serpiente que es realmente..."
-¿Me creéis tan estúpido, sir Ilan? –afirmó más que preguntó- ¿Creéis que no sé lo que sucede en este castillo? Mi castillo. Teníais vuestras órdenes. ¿Las recordáis?
-Sí, milord. Comandar las tropas hasta la Torre del Paso Negro. Una vez allí, establecer patrullas continuadas por toda la frontera con el reino de Thrillia. Informar de cualquier irregularidad.
-Bien. Esas patrullas son necesarias, al igual que reforzar nuestra presencia en el Paso. No hace falta que os explique el porqué, ya que vuestro puesto no sólo requiere habilidad para las armas –dijo. "No, también hace falta la sugerencia de lady Ariadna"-. Debido a ello os encomendé el mando de un tercio de nuestras fuerzas. Volver con la excusa de unas pocas bajas es inaceptable
Sir Ilan relajó su cuerpo con la falsa relajación del experto espadachín. El joven hechicero sospechaba, sí, pero parecía haberse equivocado en sus conclusiones. "Cree que he vuelto porque lady Ariadna me ha comentado sus jueguecitos con mi propia esposa". Sí, su cuerpo estaría relajado, pero por dentro la ira había comenzado a quemarlo todo. Si no hubiera acabado tan pronto con el encargo de lady Ariadna, no habría pillado casi in fraganti a su esposa y a ese... ese... traicionero y retorcido engendro del diablo. Se había reído con la sugerencia de su verdadera señora de que tal vez Eli-zabad y Lord Sergei estuvieran manteniendo relaciones. "Ya verá esa zorra quién soy yo", pensó, sintiendo como la ira retrocedía ante el deleite anticipado del castigo que impondría a su esposa. Incluso se permitió sonreír levemente...
-¿Vuestras nuevas órdenes?
-¿Nuevas? Quiero que mañana a primera hora salgáis del castillo con las tropas. Aunque –continuó, no sin satisfacción al saber cómo serían recibidas estas órdenes- esta vez mandaré con vosotros a un par de mis aprendices. Yo no puedo ir, como comprendéis, pero creo que un poco de presencia arcana puede llegar a ser necesaria, ¿no creéis?
-Como deseéis. Con vuestro permiso, me retiraré.
-Lo tenéis –Lord Sergei se giró, dando la espalda a su lugarteniente-. Espero que esta vez mis órdenes no sufran contratiempos, sir Ilan.
-Os informaré en cuanto arribe a la Torre del Paso Negro, milord.
Y al terminar, se dio la vuelta y se encaminó deprisa hacia sus habitaciones. Tenía una cuenta que saldar con su esposa...
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2 errantes soñaron:
Enlazado y sindicado quedas e mi blog (échale un vistazo, porque el tuyo y el de Jezabel no aparecen por su nombre. Sólo pasa el cursor por encima de lo nombres y encontrarás el tuyo. Si lo ves algo hortera, me lo dices), jejeje.
Saludos.
Jajajajajajajaja!
EL BLOG VERDE!
Me mola Siesp.
Me mola.
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