Después de aquello todo se desmadró. La perfecta y solitaria existencia de Adriano dejó de existir.
Él, confundido, le dio Sangre a su mujer, en un vano intento de sacarla del coma en que se encontraba. Como evidentemente eso no funcionó, ya que ella era mortal y no vampiresa, se la llevó a su hogar. Allí hizo que los mejores médicos la vieran. El veredicto fue unánime: ella no quería despertar.
Entonces al Brujah se le ocurrió algo. Ella como mortal estaba condenada y dormía sin morir. Por tanto, ¿no valdría más que estuviera Condenada pero despierta e inmortal? Debía Abrazarla. Tal vez fue un loco pensamiento o un acceso de molestos e improductivos sentimientos, pero el caso es que se las ingenió para encontrar a alguien que le apoyara cuando presentara su solicitud de crear un Chiquillo ante el Príncipe de Venecia. Recordó al caballero de la máscara blanca y negra del baile en el Elíseo. Él era a todas luces una persona influyente y noble. Tal vez pudiera convencerle, o incluso comprarle, para que le diera su apoyo.
Su nombre era William Donought, caballero Ventrue y Antiguo del Clan de los Sangre Azul. Obtuvo su apoyo y Anette despertó. Muerta y revivida. La Sangre de Brujah se extendió un paso más. Aquél fue un error por el que ella, su esposa, siempre le odió.
Pero obtuvo algo más. Algo por lo que en los largos siglos posteriores siempre se lamentaría a la vez que su alma muerta casi alcanzaba la sublimación. Conoció a Yzbell, también llamada Sephira, también llamada Delirea. Oculta siempre tras un negro velo, armoniosa su voz y de movimientos delicados. Bella como una víbora e igual de letal.
Mientras tanto, a Tiko Tomoe le llega un extraño colgante de esmeralda. Intrigada, le preguntó su opinión a Adriano. Él recordó que Yzbell, la Lasombra, poseía uno igual. Decidieron investigarlo. Tras algo de proceso detectivesco llegaron a la conclusión de que aquellos colgantes eran parte de un juego de cinco que, unidos, formaban una estrella. Y la estrella, en un principio, descansaba engastada en la estatua de la Virgen de la Iglesia de San Marcos. Una estatua que, bien visto, no representaba a la Virgen María, sino a algo más siniestro. En realidad era una representación de Lilith, la Madre Oscura, la Primera Mujer, creada como igual de Adán. Maldita por Dios. Ingobernable, altanera, hechicera, infernalista, semidiosa y libre.
Al ser la única con evidente conocimiento del Mundo Antiguo en la ciudad, Adriano resolvió preguntarle a Yzbell. Los modales de ella, aún perfectos, no encajaban en la época de la reina Victoria, pero sí se asemejaban a aquéllos que el erudito había visto en compañía de Dhenabbi, su maestro y Sire, en la lejana Tiro. Por tanto, acudió a casa de la Dama a inquirirle sobre estos misterios. Allí fue donde trabó conocimiento de las "lilianas", un grupo de mujeres, algunas vampiresas y otras no, herederas de la Madre Oscura que buscaban Su engrandecimiento y odiaban a los Hijos de Caín hasta la muerte.
Por aquellos momentos Bertuccio, el dandy Lasombra, tuvo la osadía de cometer la mayor estupidez del mundo: intentar robar, por sentirse ofendido, a Sir William. Mientras éste llevaba su mandoble a la espalda. El resultado fue evidente, y Bertuccio fue ajusticiado en el momento y su esencia acabó consumida.
Además, una noche apareció ante su puerta un misterioso caballero embozado en negro. Entregó un paquete a Adriano y se fue sin que éste atinara a moverse o responder. Dentro se encontraba algo maravilloso: una esfera dorada de múltiples y complejos mecanismos. Era el artefacto que su maestro, Dhenabbi, usaba para moverse entre líneas temporales. Una nota lo acompañaba: "Utilízalo bien. Dhenabbi".
Las visitas de Adriano a la dama Yzbell se hicieron cada vez más frecuentes. Ella, visiblemente divertida por la curiosidad del Brujah, comenzó a mostrarle las verdades de la Historia. Cómo su Padre, el mismo Brujah, había sido un hombre cruel y metódico en vida y cómo su condición de no-muerto no había sino hecho aumentar su carácter. Le confesó, con evidente desparpajo, que ella era la hija de Lucien, el mismo Padre Lasombra. Le contó sobre las verdaderas intenciones de los Ventrue y de cómo ella, en pago a no destruir a ese sucio y vergonzoso Clan de hipócritas, obtuvo la servidumbre de Sir William. A quien, por descontado, a ella le encantaba torturar moralmente. También obtuvo regalos: el escudo que Veddartha, el Padre Ventrue, llevaba cuando fue vencido por Ennoia, la Madre Gangrel, durante la Guerra de las Edades; o la Hoja Oscura, una espada hecha de sombras, que otorgaba portentosos dones a su esgrimidor. Poco podía imaginar que con estos presentes Adriano estaba vendiendo su alma.
Tan frecuentes eran las visitas que Adriano ya era conocido por los sirvientes de la casa de la Dama. Así, casi se le permitía entrar sin llamar. Debido a ello en una ocasión la vio con el rostro completamente descubierto. Efectivamente no había palabras para describir su etérea hermosura, sus perfectas facciones. Cayó irremediablemente y, desde aquel momento, su corazón seco y apático revivió en calurosas oleadas de amor por Yzbell.
Ésa fue su particular maldición, por la que siempre se odiaría a sí mismo y la odiaría a ella.
Entretanto, el caso del brazalete continuaba sin resolverse para insatisfacción del Príncipe. Ellos, el grupo de Adriano, todavía no se lo habían entregado. Por tanto, y deseando investigar más, ya que había una conexión evidente entre los colgantes de esmeralda y el brazalete robado, decidieron engañar al regente de la ciudad. Con la ayuda de Sir William, otra anotación más en su lista de favores que deberían ser retribuidos a su señora, obtuvieron un duplicado perfecto que consiguió engañar tanto a la Primogénita Malkavian como al Pavo Real.
Pero el misterio continuaba.
Descubrieron el paradero de los otros tres colgantes. Con artimañas e ingenio -como la brillante seducción de una de las portadoras por el Barón Robert, o la entrega de sangre de un Archimago al guardián de otro de los fragmentos-, así como una larga concatenación de más favores a la Dama, consiguieron hacerse con ellos. Ella, por supuesto, sólo sonreía enigmáticamente tras su velo.
Pero no pudieron continuar con el plan trazado para desenmascarar a las lilianas. Pues algo ocurrió que dio al traste con todo.
Era el cumpleaños de Tiko Tomoe, la Assamita japonesa. Ella le propuso un trato al Brujah. A cambio de una sustanciosa cantidad de dinero y de prestarle la casa para celebrar una fiesta con motivo de la ocasión, ella se pondría a su servicio y no le abandonaría jamás. Él, viendo que aquello era una oportunidad de oro, aceptó. Una guardaespaldas Assamita era un seguro para su no-vida y para la de su hija adoptiva y su mujer...
Así que se celebró el cumpleaños de la japonesa. Fue un acontecimiento fastuoso.
Hasta que Tiko, en una representación teatral escrita y protagonizada por ella misma, acusó a la dama Yzbell de pertenecer a las lilianas, de jugar con el corazón de Adriano y de engañarles a todos ellos. En medio de la acusación, ella, sin que nadie acertara a ver cómo, prendió fuego a la casa, convencida en matar a la vampiresa que era, además su rival por el Brujah. Pues sí, la japonesa se había enamorado de Adriano y sufría al verlo bailar al son de la Lasombra.
Adriano, como respuesta ante la amenaza que Tiko representaba para su amada Yzbell, entró en frenesí. Se lanzó a interponerse entre las dos vampiresas, parando con la Espada Negra la certera estocada que se dirigía al corazón de la Dama. No hizo falta.
La Dama, riendo, apartó a su "campeón" y detuvo con sus delicadas manos la hoja de la Assamita a la vez que multitud de sombras ahogaban y extinguían las llamas. De un rápido golpe doblegó a su atacante y, en vez de matarla, la propuso un trato. Que redundaría en su beneficio, claro: Adriano rescindiría el contrato con la japonesa y ésta entraría al servicio de la Lasombra. Con la vida y la salvaguarda del erudito como pago. Así, explicaba ella con su sonrisa lobuna, Tiko conseguiría lo que deseaba, que era consagrar su existencia a protreger a Adriano.
Y fue en ese momento cuando, caprichos del Destino, de la cartera que el Brujah siempre llevaba al hombro se cayó la esfera de Dhenabbi con un tintineo metálico. Robert de Lyonesse, Tiko Tomoe y Adriano vieron cómo el escenario a su alrededor cambiaba para pasar de ser el lujoso salón de una mansión veneciana a las interminables arenas del desierto tunecino.
Gracias al poder de su Sangre, Adriano Corleone supo algo más: la fecha en que se encontraban rondaba el 800 a.C.
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Él, confundido, le dio Sangre a su mujer, en un vano intento de sacarla del coma en que se encontraba. Como evidentemente eso no funcionó, ya que ella era mortal y no vampiresa, se la llevó a su hogar. Allí hizo que los mejores médicos la vieran. El veredicto fue unánime: ella no quería despertar.
Entonces al Brujah se le ocurrió algo. Ella como mortal estaba condenada y dormía sin morir. Por tanto, ¿no valdría más que estuviera Condenada pero despierta e inmortal? Debía Abrazarla. Tal vez fue un loco pensamiento o un acceso de molestos e improductivos sentimientos, pero el caso es que se las ingenió para encontrar a alguien que le apoyara cuando presentara su solicitud de crear un Chiquillo ante el Príncipe de Venecia. Recordó al caballero de la máscara blanca y negra del baile en el Elíseo. Él era a todas luces una persona influyente y noble. Tal vez pudiera convencerle, o incluso comprarle, para que le diera su apoyo.
Su nombre era William Donought, caballero Ventrue y Antiguo del Clan de los Sangre Azul. Obtuvo su apoyo y Anette despertó. Muerta y revivida. La Sangre de Brujah se extendió un paso más. Aquél fue un error por el que ella, su esposa, siempre le odió.
Pero obtuvo algo más. Algo por lo que en los largos siglos posteriores siempre se lamentaría a la vez que su alma muerta casi alcanzaba la sublimación. Conoció a Yzbell, también llamada Sephira, también llamada Delirea. Oculta siempre tras un negro velo, armoniosa su voz y de movimientos delicados. Bella como una víbora e igual de letal.
Mientras tanto, a Tiko Tomoe le llega un extraño colgante de esmeralda. Intrigada, le preguntó su opinión a Adriano. Él recordó que Yzbell, la Lasombra, poseía uno igual. Decidieron investigarlo. Tras algo de proceso detectivesco llegaron a la conclusión de que aquellos colgantes eran parte de un juego de cinco que, unidos, formaban una estrella. Y la estrella, en un principio, descansaba engastada en la estatua de la Virgen de la Iglesia de San Marcos. Una estatua que, bien visto, no representaba a la Virgen María, sino a algo más siniestro. En realidad era una representación de Lilith, la Madre Oscura, la Primera Mujer, creada como igual de Adán. Maldita por Dios. Ingobernable, altanera, hechicera, infernalista, semidiosa y libre.
Al ser la única con evidente conocimiento del Mundo Antiguo en la ciudad, Adriano resolvió preguntarle a Yzbell. Los modales de ella, aún perfectos, no encajaban en la época de la reina Victoria, pero sí se asemejaban a aquéllos que el erudito había visto en compañía de Dhenabbi, su maestro y Sire, en la lejana Tiro. Por tanto, acudió a casa de la Dama a inquirirle sobre estos misterios. Allí fue donde trabó conocimiento de las "lilianas", un grupo de mujeres, algunas vampiresas y otras no, herederas de la Madre Oscura que buscaban Su engrandecimiento y odiaban a los Hijos de Caín hasta la muerte.
Por aquellos momentos Bertuccio, el dandy Lasombra, tuvo la osadía de cometer la mayor estupidez del mundo: intentar robar, por sentirse ofendido, a Sir William. Mientras éste llevaba su mandoble a la espalda. El resultado fue evidente, y Bertuccio fue ajusticiado en el momento y su esencia acabó consumida.
Además, una noche apareció ante su puerta un misterioso caballero embozado en negro. Entregó un paquete a Adriano y se fue sin que éste atinara a moverse o responder. Dentro se encontraba algo maravilloso: una esfera dorada de múltiples y complejos mecanismos. Era el artefacto que su maestro, Dhenabbi, usaba para moverse entre líneas temporales. Una nota lo acompañaba: "Utilízalo bien. Dhenabbi".
Las visitas de Adriano a la dama Yzbell se hicieron cada vez más frecuentes. Ella, visiblemente divertida por la curiosidad del Brujah, comenzó a mostrarle las verdades de la Historia. Cómo su Padre, el mismo Brujah, había sido un hombre cruel y metódico en vida y cómo su condición de no-muerto no había sino hecho aumentar su carácter. Le confesó, con evidente desparpajo, que ella era la hija de Lucien, el mismo Padre Lasombra. Le contó sobre las verdaderas intenciones de los Ventrue y de cómo ella, en pago a no destruir a ese sucio y vergonzoso Clan de hipócritas, obtuvo la servidumbre de Sir William. A quien, por descontado, a ella le encantaba torturar moralmente. También obtuvo regalos: el escudo que Veddartha, el Padre Ventrue, llevaba cuando fue vencido por Ennoia, la Madre Gangrel, durante la Guerra de las Edades; o la Hoja Oscura, una espada hecha de sombras, que otorgaba portentosos dones a su esgrimidor. Poco podía imaginar que con estos presentes Adriano estaba vendiendo su alma.
Tan frecuentes eran las visitas que Adriano ya era conocido por los sirvientes de la casa de la Dama. Así, casi se le permitía entrar sin llamar. Debido a ello en una ocasión la vio con el rostro completamente descubierto. Efectivamente no había palabras para describir su etérea hermosura, sus perfectas facciones. Cayó irremediablemente y, desde aquel momento, su corazón seco y apático revivió en calurosas oleadas de amor por Yzbell.
Ésa fue su particular maldición, por la que siempre se odiaría a sí mismo y la odiaría a ella.
Entretanto, el caso del brazalete continuaba sin resolverse para insatisfacción del Príncipe. Ellos, el grupo de Adriano, todavía no se lo habían entregado. Por tanto, y deseando investigar más, ya que había una conexión evidente entre los colgantes de esmeralda y el brazalete robado, decidieron engañar al regente de la ciudad. Con la ayuda de Sir William, otra anotación más en su lista de favores que deberían ser retribuidos a su señora, obtuvieron un duplicado perfecto que consiguió engañar tanto a la Primogénita Malkavian como al Pavo Real.
Pero el misterio continuaba.
Descubrieron el paradero de los otros tres colgantes. Con artimañas e ingenio -como la brillante seducción de una de las portadoras por el Barón Robert, o la entrega de sangre de un Archimago al guardián de otro de los fragmentos-, así como una larga concatenación de más favores a la Dama, consiguieron hacerse con ellos. Ella, por supuesto, sólo sonreía enigmáticamente tras su velo.
Pero no pudieron continuar con el plan trazado para desenmascarar a las lilianas. Pues algo ocurrió que dio al traste con todo.
Era el cumpleaños de Tiko Tomoe, la Assamita japonesa. Ella le propuso un trato al Brujah. A cambio de una sustanciosa cantidad de dinero y de prestarle la casa para celebrar una fiesta con motivo de la ocasión, ella se pondría a su servicio y no le abandonaría jamás. Él, viendo que aquello era una oportunidad de oro, aceptó. Una guardaespaldas Assamita era un seguro para su no-vida y para la de su hija adoptiva y su mujer...
Así que se celebró el cumpleaños de la japonesa. Fue un acontecimiento fastuoso.
Hasta que Tiko, en una representación teatral escrita y protagonizada por ella misma, acusó a la dama Yzbell de pertenecer a las lilianas, de jugar con el corazón de Adriano y de engañarles a todos ellos. En medio de la acusación, ella, sin que nadie acertara a ver cómo, prendió fuego a la casa, convencida en matar a la vampiresa que era, además su rival por el Brujah. Pues sí, la japonesa se había enamorado de Adriano y sufría al verlo bailar al son de la Lasombra.
Adriano, como respuesta ante la amenaza que Tiko representaba para su amada Yzbell, entró en frenesí. Se lanzó a interponerse entre las dos vampiresas, parando con la Espada Negra la certera estocada que se dirigía al corazón de la Dama. No hizo falta.
La Dama, riendo, apartó a su "campeón" y detuvo con sus delicadas manos la hoja de la Assamita a la vez que multitud de sombras ahogaban y extinguían las llamas. De un rápido golpe doblegó a su atacante y, en vez de matarla, la propuso un trato. Que redundaría en su beneficio, claro: Adriano rescindiría el contrato con la japonesa y ésta entraría al servicio de la Lasombra. Con la vida y la salvaguarda del erudito como pago. Así, explicaba ella con su sonrisa lobuna, Tiko conseguiría lo que deseaba, que era consagrar su existencia a protreger a Adriano.
Y fue en ese momento cuando, caprichos del Destino, de la cartera que el Brujah siempre llevaba al hombro se cayó la esfera de Dhenabbi con un tintineo metálico. Robert de Lyonesse, Tiko Tomoe y Adriano vieron cómo el escenario a su alrededor cambiaba para pasar de ser el lujoso salón de una mansión veneciana a las interminables arenas del desierto tunecino.
Gracias al poder de su Sangre, Adriano Corleone supo algo más: la fecha en que se encontraban rondaba el 800 a.C.
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5 errantes soñaron:
¿No te da vergüenza dejarme así? Quiero saber más!!!
Envíale rumanos amenazantes.
No viene a cuento aquí, pero como hablas de hacer en el futuro un post sobre el Ozono, te paso este enlace de un amigo, por si te interesa, jeje. Saludos.
http://marcelino-marcelino-mgablog.blogspot.com/2009/04/ozono.html
De vez en cuando me paso por el blog de Marcelino, sobre todo desde que lo descubrí por un comentario suyo en una de mis entradas (ahora no recuerdo cuál, pero la verdad es que es un tío grande).
Gracias por el enlace, chicu.
¡Sigue! ¡Queremos otra entrada corleonil!
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