Amaneció, y la pálida luz del sol de invierno, oculta por las nubes, inundó el dormitorio de Eli-zabad. Se inclinó sobre sí misma y ahogó una arcada. Había albergado la esperanza de que las náuseas que la agobiaban desde había tres días fueran producto de un corte de digestión, pero ya no tenía sentido negar lo evidente. Hace una semana que tenía que estar padeciendo ya el dolor de madre, y los mareos y la tirantez en sus pechos eran factores que no podía ignorar. Estaba embarazada.
El problema no era ese. A fin de cuentas, para alguien que estaba completamente sola –ni esposo amantísimo, ni amigas, ni sirvientes leales– tener un hijo podría significar el fin de esa insoportable soledad, y le daría sentido a su vida: tener que educar a alguien evitando que se convirtiera en una de las víboras con las que se codeaba no era tarea fácil. El problema, y ella lo sabía muy bien, era la paternidad del niño. Si era hijo de su esposo, no habría ningún problema. Lord Sergei había dejado bastante claro su desprecio por ella, muy sorprendida se sentiría si ahora manifestaba un interés por el vástago de su amante sabiendo que el padre no era él. Ahora, si realmente el Duque era el progenitor del bebé… dioses. No quería ni pensarlo. Su esposo se podría furioso. Pero…
Derecho de pernada. Si Lord Sergei era piadoso, tal vez podría acogerse al derecho de pernada… entonces ni ella ni el bebé tendrían más problemas. A fin de cuentas, no era el producto de una infidelidad, sino de un derecho de su señor. Bien es cierto que hacía mucho tiempo que había pasado desde su prima notte, del mismo modo que era cierto y conocido el carácter voluble y caprichoso de su señor. Legalmente no habría ningún problema con el bastardo reconocido… por supuesto que no sería nada en comparación a los hijos legítimos de tanto de lord Sergei como de Sir Ilan, pero cualquier cosa era mejor que la muerte.
Se vistió de negro, cubriendo su rostro y sus manos con un velo, y solicitó una audiencia con el duque.
El hechicero no tenía nada en qué emplear su tiempo, pero aún así decidió hacer esperar a su -hasta hace poco- amante. Ordenó que le trajeran vino a su sala de audiencias, una habitación enorme y poco iluminada. La oscuridad llenaba la estancia, en la que el único mueble era un ornamentado asiento para el duque sobre una tarima. A lord Sergei le gustaba que cada uno se quedase en el sitio que le correspondía, y el suyo estaba, al menos según su modo de pensar, muy por encima de cualquiera.
Cuando por fin envió a buscar a Eli-zabad, había terminado su copa de vino y despedido a los sirvientes. Tal vez ella había cambiado de opinión… tal vez se había dado cuenta de que contrariar a su señor era un terrible error. Tal vez, seguramente, imploraría su perdón, suplicaría que olvidase su necedad… y él, por supuesto, la haría pagar por haber osado disgustarle, y después… ah, después. El Duque sonrió con anticipación. Después se deleitaría en sus labios, mordería su blanquísima piel hasta cansarse, la haría suya tantas veces como desease.
Tan seguro estaba de sí mismo, que ni tan siquiera se paró a pensar que tal vez Eli-zabad no solicitase una audiencia para humillarse ante él, ni en su lugarteniente, ni en… el latido acelerado de su oscuro corazón ante la deliciosa perspectiva de poder besar a Eli-zabad. Craso error.
Las puertas se cerraron sonoramente con el ruido de la madera maciza. Eli-zabad avanzó hasta situarse a una distancia prudencial. Iba vestida de modo sereno y poco ostentoso. El duque percibió, bajo el velo negro, el resplandor suave de sus ojos oscuros.
-Mi señor –inclinó la cabeza con reverencia, pero sin el más mínimo atisbo de temor o culpa. Lord Sergei le devolvió el saludo con una sonrisa burlona, su habitual mueca de displicencia-. Mi señor, seré breve. Me hallo en estado de buena esperanza.
El Duque se quedó de piedra durante un instante, pero reaccionó con presteza.
-Os felicito, dama Eli-zabad –empleó el tratamiento para darle un matiz más distante a sus palabras– pero no veo porqué habéis de informarme a mí antes que a vuestro esposo.
Ella levantó la cabeza con altanería, sorprendida de la osadía de su señor, de su descarado cinismo.
-¡Cómo! Mi señor, sabéis tan bien como yo que este hijo podría ser vuestro.
El Duque se puso en pie, sin dejar de sonreír. Se acercó a ella, levantó el velo y lo dejó caer en el suelo. Eli-zabad seguía mirando al frente cuando notó el suave y gélido tacto de las yemas de lord Sergei en su cuello.
-No, querida… -susurró él, en un siseo de serpiente, muy suave y siniestramente-. No. Ningún bastardo tendrá la posibilidad de enfrentarse a mí en un futuro, o de reclamarme nada. Ese hijo no es mío –continuaba acariciando su cuello con delicadeza, incluso se permitió pasarle la punta de la lengua-. Tan sólo existe la posibilidad de que no sea de vuestro esposo… en cuyo caso, querida mía, estáis metida en un muy serio aprieto. Si tenéis la mala suerte de que descaradamente no se parece a sir Ilan… en fin, os juzgarán por adulterio y os crucificarán, después de haber recibido los doscientos latigazos de rigor.
Ella estaba anonadada. No podía creerse lo que estaba oyendo… Lord Sergei sonrió, en su interior sentía un perverso placer al hacerle pagar la pérdida de control que le había provocado Eli-zabad. Descendió su mano hasta el vientre de ella, donde un hijo, probablemente suyo, se aferraba desesperadamente a la vida.
-No os creáis tan especial, querida. No he reconocido ningún bastardo y el vuestro no va a ser el primero. Si me hacéis caso, eliminaréis este "problema" ahora que aún podéis –la giró hasta ponerla frente a sí, y le rozó los labios con los dedos-. Vamos, querida. Devolvedme la posibilidad de disfrutaros y yo os libraré de lo que os atormenta. Sabéis perfectamente que si vos morís, la vida de este bastardo será breve e insoportable. Haceos un favor, hacédselo a él. Acabad ahora que podéis.
Desde tan corta distancia, el olor cálido y dulce de Eli-zabad inundó las fosas nasales del duque, arrastrándolo a un torbellino de recuerdos. Sus dedos, sobre la boca de ella, temblaron. "Nadie debe interferir en mis planes", tuvo que recordarse. Sin embargo, no pudo evitarlo y la besó. Sus dedos avanzaron sobre la tela del vestido, buscando la piel alabastrina. Saboreó sus labios con ansia, durante un instante... y ella le apartó de un empujón.
-Sois un miserable. Un miserable sin corazón –susurró con los ojos llenos de lágrimas y los dientes apretados de cólera contenida-. Espero que tengáis un poco de vergüenza, la suficiente como para no estar en primera fila cuando me crucifiquen, porque no pienso… no pienso…-estaba tan furiosa que no le salían las palabras– "eliminar este problema" -repitió las palabras del Duque.
Dio media vuelta, recogió su velo y se lo puso. Salió de la sala dejando a Lord Sergei envuelto en el desconcierto y la ira.
-¡Estúpida! –le gritó él a la sala vacía- ¡Estúpida!
Estúpida. ¿Por qué no podía ser como las demás? ¿Por qué no podía dejarse moldear por sus manos? ¿Por qué tenía que rebelarse? ¿Por qué tenía que empeñarse en… en… en obsesionarle?
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El problema no era ese. A fin de cuentas, para alguien que estaba completamente sola –ni esposo amantísimo, ni amigas, ni sirvientes leales– tener un hijo podría significar el fin de esa insoportable soledad, y le daría sentido a su vida: tener que educar a alguien evitando que se convirtiera en una de las víboras con las que se codeaba no era tarea fácil. El problema, y ella lo sabía muy bien, era la paternidad del niño. Si era hijo de su esposo, no habría ningún problema. Lord Sergei había dejado bastante claro su desprecio por ella, muy sorprendida se sentiría si ahora manifestaba un interés por el vástago de su amante sabiendo que el padre no era él. Ahora, si realmente el Duque era el progenitor del bebé… dioses. No quería ni pensarlo. Su esposo se podría furioso. Pero…
Derecho de pernada. Si Lord Sergei era piadoso, tal vez podría acogerse al derecho de pernada… entonces ni ella ni el bebé tendrían más problemas. A fin de cuentas, no era el producto de una infidelidad, sino de un derecho de su señor. Bien es cierto que hacía mucho tiempo que había pasado desde su prima notte, del mismo modo que era cierto y conocido el carácter voluble y caprichoso de su señor. Legalmente no habría ningún problema con el bastardo reconocido… por supuesto que no sería nada en comparación a los hijos legítimos de tanto de lord Sergei como de Sir Ilan, pero cualquier cosa era mejor que la muerte.
Se vistió de negro, cubriendo su rostro y sus manos con un velo, y solicitó una audiencia con el duque.
El hechicero no tenía nada en qué emplear su tiempo, pero aún así decidió hacer esperar a su -hasta hace poco- amante. Ordenó que le trajeran vino a su sala de audiencias, una habitación enorme y poco iluminada. La oscuridad llenaba la estancia, en la que el único mueble era un ornamentado asiento para el duque sobre una tarima. A lord Sergei le gustaba que cada uno se quedase en el sitio que le correspondía, y el suyo estaba, al menos según su modo de pensar, muy por encima de cualquiera.
Cuando por fin envió a buscar a Eli-zabad, había terminado su copa de vino y despedido a los sirvientes. Tal vez ella había cambiado de opinión… tal vez se había dado cuenta de que contrariar a su señor era un terrible error. Tal vez, seguramente, imploraría su perdón, suplicaría que olvidase su necedad… y él, por supuesto, la haría pagar por haber osado disgustarle, y después… ah, después. El Duque sonrió con anticipación. Después se deleitaría en sus labios, mordería su blanquísima piel hasta cansarse, la haría suya tantas veces como desease.
Tan seguro estaba de sí mismo, que ni tan siquiera se paró a pensar que tal vez Eli-zabad no solicitase una audiencia para humillarse ante él, ni en su lugarteniente, ni en… el latido acelerado de su oscuro corazón ante la deliciosa perspectiva de poder besar a Eli-zabad. Craso error.
Las puertas se cerraron sonoramente con el ruido de la madera maciza. Eli-zabad avanzó hasta situarse a una distancia prudencial. Iba vestida de modo sereno y poco ostentoso. El duque percibió, bajo el velo negro, el resplandor suave de sus ojos oscuros.
-Mi señor –inclinó la cabeza con reverencia, pero sin el más mínimo atisbo de temor o culpa. Lord Sergei le devolvió el saludo con una sonrisa burlona, su habitual mueca de displicencia-. Mi señor, seré breve. Me hallo en estado de buena esperanza.
El Duque se quedó de piedra durante un instante, pero reaccionó con presteza.
-Os felicito, dama Eli-zabad –empleó el tratamiento para darle un matiz más distante a sus palabras– pero no veo porqué habéis de informarme a mí antes que a vuestro esposo.
Ella levantó la cabeza con altanería, sorprendida de la osadía de su señor, de su descarado cinismo.
-¡Cómo! Mi señor, sabéis tan bien como yo que este hijo podría ser vuestro.
El Duque se puso en pie, sin dejar de sonreír. Se acercó a ella, levantó el velo y lo dejó caer en el suelo. Eli-zabad seguía mirando al frente cuando notó el suave y gélido tacto de las yemas de lord Sergei en su cuello.
-No, querida… -susurró él, en un siseo de serpiente, muy suave y siniestramente-. No. Ningún bastardo tendrá la posibilidad de enfrentarse a mí en un futuro, o de reclamarme nada. Ese hijo no es mío –continuaba acariciando su cuello con delicadeza, incluso se permitió pasarle la punta de la lengua-. Tan sólo existe la posibilidad de que no sea de vuestro esposo… en cuyo caso, querida mía, estáis metida en un muy serio aprieto. Si tenéis la mala suerte de que descaradamente no se parece a sir Ilan… en fin, os juzgarán por adulterio y os crucificarán, después de haber recibido los doscientos latigazos de rigor.
Ella estaba anonadada. No podía creerse lo que estaba oyendo… Lord Sergei sonrió, en su interior sentía un perverso placer al hacerle pagar la pérdida de control que le había provocado Eli-zabad. Descendió su mano hasta el vientre de ella, donde un hijo, probablemente suyo, se aferraba desesperadamente a la vida.
-No os creáis tan especial, querida. No he reconocido ningún bastardo y el vuestro no va a ser el primero. Si me hacéis caso, eliminaréis este "problema" ahora que aún podéis –la giró hasta ponerla frente a sí, y le rozó los labios con los dedos-. Vamos, querida. Devolvedme la posibilidad de disfrutaros y yo os libraré de lo que os atormenta. Sabéis perfectamente que si vos morís, la vida de este bastardo será breve e insoportable. Haceos un favor, hacédselo a él. Acabad ahora que podéis.
Desde tan corta distancia, el olor cálido y dulce de Eli-zabad inundó las fosas nasales del duque, arrastrándolo a un torbellino de recuerdos. Sus dedos, sobre la boca de ella, temblaron. "Nadie debe interferir en mis planes", tuvo que recordarse. Sin embargo, no pudo evitarlo y la besó. Sus dedos avanzaron sobre la tela del vestido, buscando la piel alabastrina. Saboreó sus labios con ansia, durante un instante... y ella le apartó de un empujón.
-Sois un miserable. Un miserable sin corazón –susurró con los ojos llenos de lágrimas y los dientes apretados de cólera contenida-. Espero que tengáis un poco de vergüenza, la suficiente como para no estar en primera fila cuando me crucifiquen, porque no pienso… no pienso…-estaba tan furiosa que no le salían las palabras– "eliminar este problema" -repitió las palabras del Duque.
Dio media vuelta, recogió su velo y se lo puso. Salió de la sala dejando a Lord Sergei envuelto en el desconcierto y la ira.
-¡Estúpida! –le gritó él a la sala vacía- ¡Estúpida!
Estúpida. ¿Por qué no podía ser como las demás? ¿Por qué no podía dejarse moldear por sus manos? ¿Por qué tenía que rebelarse? ¿Por qué tenía que empeñarse en… en… en obsesionarle?
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5 errantes soñaron:
Di la verdad, Rad. ¿De dónde copias esto?
(Haré otro comentario después de tu respuesta)
De acuerdo, Siesp, me has pillado... En realidad no hago más que transcribir los descontinuos desvaríos de mi cuervo (quien insiste en ser en realidad un noble del medievo transmutado en ave por un malvado hechicer). Pero como él no puede publicar ya que ni siquiera es un mamífero, pues me aprovecho de él.
Bueno, en realidad le cambio sus pensamientos por cuencos de maíz. Por ahora funciona el asunto...
Graaaaak!!!
Fdo: el Cuervo de Radagast.
Ya sabes que sigo tomando nota de estos post.
Una vez me lei una novela titulada "Rescate en el tiempo", para distraerme. Oye, y me gustó.
No es que sea nada del otro mundo, pero desde "El nombre de la rosa" y "Los pilares de la tierra" no me había vuelto a sumergir en la Edad Media. Pues a lo que iba, resulta que en esa novela te imagino perdido en ese medievo disfrutando del fuego griego para asaltar torreones.
Después de "Un mundo sin fin" no creo que vuelva a leer una novela histórica tan bonita como las tres últimas. El caso es que tu Land Serenity tiene un no sé qué, o un qué sé yo...
Gracias Siesp. Muchas gracias. Sobre todo por compararme con "Rescate en el Tiempo" (genial, genial Crichton en esa novela) o la gran "El Nombre de la Rosa". En "Pilares" no conseguí pasar de las 10 primeras hojas (tras varios intentos) y, evidentemente, "Un Mundo sin Fin" no la he leído.
Me gusta que te guste. Lo escribo para mí y para Jez, pero siempre es agradable que lo escribes guste a la gente.
Tengo demasiados proyectos empezados. A ver si me pongo en serio y acabo alguno, recogiendo la propuesta que me hiciste hace poco.
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