Dama Ariadna era muy lista, muy hermosa y muy retorcida. Las tres cualidades hacían de ella un enemigo a temer, o incluso puede que un aliado a temer. Observó el veneno que pensaba utilizar contra su esposo diluido en un vial pequeño. Era muy potente, con la dosis que tenía preparada podría terminar con todo rastro de vida en el castillo. Llevaba años, casi una década trabajando en él. Y desde luego que, si sus planes salían como tenía pensado, merecería la pena hasta el último segundo invertido.
Se sentó frente a su tocador, y elevó un suave murmullo acompañado de un gesto casi condescendiente de sus manos. El espejo dejó de reflejarla, y sus imagen se esfumó, para dar lugar a la de Sir Ilan.
-Mi dama –se inclinó leve pero respetuosamente. Al fondo, el decorado de una sala oscura en lo alto de la Torre del Paso Negro.
-Ilan, mi fiel servidor. ¿Cómo van mis asuntos?
-Perfectamente, mi dama. Como debe ser.
-No esperaba menos de vos –sonrió con beatitud-. Por aquí, todo también va como debe. El imbécil de mi esposo... -amplió su sonrisa-. Vuestra querida Eli-zabad nos está siendo tremendamente útil.
Sir Ilan se puso tieso, pero no se atrevió a decir nada. ¿Eli-zabad había continuado con...?
-Ah, tranquilizáos. Vuestra pequeña os es fiel. Es estúpida, pero os tiene el suficiente miedo como para mantenerse en su sitio –el caballero se relajó visiblemente-. Por alguna razón que no comprendo, mantiene a mi Duque pendiente de ella. Le tiene obsesionado, lo cual le hará cometer errores... es cuestión de tiempo. Dejémosle que se dedique a perseguirla y pierda la visión de lo que realmente importa. Por lo pronto, mantener a esa chiquilla con vida puede sernos útil a los dos. A vos, os sirve bien como distracción. A mí... la zarandearé delante del duque como una pieza de caza frente a los dientes de un lobo. Será un juego de niños apuñalarle por la espalda.
Ilan asintió, de nuevo.
-¿Y los... aprendices? ¿Molestan demasiado? ¿Han descubierto...?
-No, mi dama. Vuestros sirvientes continúan ocultos.
Nadie aparte de Ariadna, sir Ilan y los propios hechiceros al servicio de la Duquesa conocía la existencia de los enviados por ella. Pues Ariadna, previendo los actos de su esposo, había ocultado bajo las negras armaduras de los fieles del comandante a dos de sus mejores sirvientes sobrenaturales. El poder de Ariadna era tal que los demonios trataban con ella como igual... y le debían favores. Ariadna sonrió. Oh, sí. Ya podía ser buena esa tal Zhura, o si no, no sobreviviría ni al primer toque de uno de los sirvientes infernales.
Llamaron a la puerta, y Ariadna deshizo el hechizo rapidamente de un suave gesto. Con aire casual, alargó la mano y tomó la copa de vino que reposaba en el tocador.
-Adelante –indicó, bebiendo a continuación un largo trago.
La figura siniestra y oscura del Duque se perfiló en la entrada.
-Buenas noches –siseó él.
-Milord –contestó ella, sin ninguna ironía. Se sentía contenta, todo iba según lo planeado–, que oportuno. Pasad, tomad asiento.
Como cada vez que entraba en la sala, lord Sergei se sentó en un sillón próximo a la chimenea, llenó una copa del vino de su esposa y lo paladeó. Ariadna estaba tan satisfecha que no se molestó, sin embargo, respondió a la sutil agresión con un comentario mordaz, casi como algo mecánico.
-¿Oportuno, querida? -preguntó Sergei, ignorándola.
-Sí, milord. Aquello que ansiabais cada vez está más cerca... -él la observó, sin comprender pero sin demasiado interés-. Vuestro heredero.
Lord Sergei se vio inundado por un torrente de sensaciones. Ansia, ¡por fin! Por fin un heredero, por fin podría librarse de su mujer... Alivio. Si aquel crío nacía antes que el de Eli-zabad... calmaría su conciencia. Podría reconocer al bastardo teniendo al legítimo con un pie en el trono ducal. Y así, tal vez, la mirada de desprecio de su ex-amante se borraría finalmente de sus pesadillas... Sorpresa. ¡Qué repentino! Y ahora que había comenzado a sospechar que su esposa estaba evitando el tan deseado embarazo. Orgullo. Sería su hijo, un digno heredero de su padre. Él se encargaría de hacer del vástago un archimago temido y respetado en todo el Imperio, llevando el blasón del Cuervo hacia lo más alto.
Se encontró esbozando una sonrisa... una sonrisa que no era tan cínica y agria como las que acostumbraba a mostrar. Ese hijo haría que todo fuera bien. Evidentemente, su esposa intentaría que algo no fuera tan perfecto, intentaría manipular este vástago para utilizarlo en su propio beneficio. Pero él no lo permitiría.
"Por pasos, poco a poco. Lo primero, lo primero de todo será reconocer a mi heredero. Así podré... podré reconocer el bastardo. Y ella dejará de mirarme al pasar como si yo no fuera más que... maldita sea".
"No. No, reconoceré al legítimo porque eso me garantizará que, a la muerte de mi esposa, no deba casarme con otra arpía para evitar la furia de sus hermanos. Lo hago por política. Lo hago porque no puedo permitirme tener dos ejércitos más contra mis fronteras. Es por eso. Me da igual que Eli-zabad me mire como quiera, ¡no es más que una inferior!"
"Lo hago por política. Lo hago porque voy a mandar asesinar a mi querida Duquesa. Y me da igual que un peón de mi plan sufra".
"Sois un miserable... un miserable sin corazón".
"Dioses".
"Esa maldita muchacha".
Ariadna sonrió. Su muy predecible esposo no sospechaba hasta qué punto estaba enamorado de Eli-zabad, y desde luego que no tenía ni idea de cómo iba la duquesa a exprimir a esa chiquilla para hacer del duque su marioneta. Palmeó suavemente su vientre, y trató de evitar que una sonrisa de triunfo aflorara a sus labios.
Si algo le encantaba de su esposo, es que era extremadamente entretenido hacerle daño.
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Se sentó frente a su tocador, y elevó un suave murmullo acompañado de un gesto casi condescendiente de sus manos. El espejo dejó de reflejarla, y sus imagen se esfumó, para dar lugar a la de Sir Ilan.
-Mi dama –se inclinó leve pero respetuosamente. Al fondo, el decorado de una sala oscura en lo alto de la Torre del Paso Negro.
-Ilan, mi fiel servidor. ¿Cómo van mis asuntos?
-Perfectamente, mi dama. Como debe ser.
-No esperaba menos de vos –sonrió con beatitud-. Por aquí, todo también va como debe. El imbécil de mi esposo... -amplió su sonrisa-. Vuestra querida Eli-zabad nos está siendo tremendamente útil.
Sir Ilan se puso tieso, pero no se atrevió a decir nada. ¿Eli-zabad había continuado con...?
-Ah, tranquilizáos. Vuestra pequeña os es fiel. Es estúpida, pero os tiene el suficiente miedo como para mantenerse en su sitio –el caballero se relajó visiblemente-. Por alguna razón que no comprendo, mantiene a mi Duque pendiente de ella. Le tiene obsesionado, lo cual le hará cometer errores... es cuestión de tiempo. Dejémosle que se dedique a perseguirla y pierda la visión de lo que realmente importa. Por lo pronto, mantener a esa chiquilla con vida puede sernos útil a los dos. A vos, os sirve bien como distracción. A mí... la zarandearé delante del duque como una pieza de caza frente a los dientes de un lobo. Será un juego de niños apuñalarle por la espalda.
Ilan asintió, de nuevo.
-¿Y los... aprendices? ¿Molestan demasiado? ¿Han descubierto...?
-No, mi dama. Vuestros sirvientes continúan ocultos.
Nadie aparte de Ariadna, sir Ilan y los propios hechiceros al servicio de la Duquesa conocía la existencia de los enviados por ella. Pues Ariadna, previendo los actos de su esposo, había ocultado bajo las negras armaduras de los fieles del comandante a dos de sus mejores sirvientes sobrenaturales. El poder de Ariadna era tal que los demonios trataban con ella como igual... y le debían favores. Ariadna sonrió. Oh, sí. Ya podía ser buena esa tal Zhura, o si no, no sobreviviría ni al primer toque de uno de los sirvientes infernales.
Llamaron a la puerta, y Ariadna deshizo el hechizo rapidamente de un suave gesto. Con aire casual, alargó la mano y tomó la copa de vino que reposaba en el tocador.
-Adelante –indicó, bebiendo a continuación un largo trago.
La figura siniestra y oscura del Duque se perfiló en la entrada.
-Buenas noches –siseó él.
-Milord –contestó ella, sin ninguna ironía. Se sentía contenta, todo iba según lo planeado–, que oportuno. Pasad, tomad asiento.
Como cada vez que entraba en la sala, lord Sergei se sentó en un sillón próximo a la chimenea, llenó una copa del vino de su esposa y lo paladeó. Ariadna estaba tan satisfecha que no se molestó, sin embargo, respondió a la sutil agresión con un comentario mordaz, casi como algo mecánico.
-¿Oportuno, querida? -preguntó Sergei, ignorándola.
-Sí, milord. Aquello que ansiabais cada vez está más cerca... -él la observó, sin comprender pero sin demasiado interés-. Vuestro heredero.
Lord Sergei se vio inundado por un torrente de sensaciones. Ansia, ¡por fin! Por fin un heredero, por fin podría librarse de su mujer... Alivio. Si aquel crío nacía antes que el de Eli-zabad... calmaría su conciencia. Podría reconocer al bastardo teniendo al legítimo con un pie en el trono ducal. Y así, tal vez, la mirada de desprecio de su ex-amante se borraría finalmente de sus pesadillas... Sorpresa. ¡Qué repentino! Y ahora que había comenzado a sospechar que su esposa estaba evitando el tan deseado embarazo. Orgullo. Sería su hijo, un digno heredero de su padre. Él se encargaría de hacer del vástago un archimago temido y respetado en todo el Imperio, llevando el blasón del Cuervo hacia lo más alto.
Se encontró esbozando una sonrisa... una sonrisa que no era tan cínica y agria como las que acostumbraba a mostrar. Ese hijo haría que todo fuera bien. Evidentemente, su esposa intentaría que algo no fuera tan perfecto, intentaría manipular este vástago para utilizarlo en su propio beneficio. Pero él no lo permitiría.
"Por pasos, poco a poco. Lo primero, lo primero de todo será reconocer a mi heredero. Así podré... podré reconocer el bastardo. Y ella dejará de mirarme al pasar como si yo no fuera más que... maldita sea".
"No. No, reconoceré al legítimo porque eso me garantizará que, a la muerte de mi esposa, no deba casarme con otra arpía para evitar la furia de sus hermanos. Lo hago por política. Lo hago porque no puedo permitirme tener dos ejércitos más contra mis fronteras. Es por eso. Me da igual que Eli-zabad me mire como quiera, ¡no es más que una inferior!"
"Lo hago por política. Lo hago porque voy a mandar asesinar a mi querida Duquesa. Y me da igual que un peón de mi plan sufra".
"Sois un miserable... un miserable sin corazón".
"Dioses".
"Esa maldita muchacha".
Ariadna sonrió. Su muy predecible esposo no sospechaba hasta qué punto estaba enamorado de Eli-zabad, y desde luego que no tenía ni idea de cómo iba la duquesa a exprimir a esa chiquilla para hacer del duque su marioneta. Palmeó suavemente su vientre, y trató de evitar que una sonrisa de triunfo aflorara a sus labios.
Si algo le encantaba de su esposo, es que era extremadamente entretenido hacerle daño.
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2 errantes soñaron:
Vaya, pasan unos días y nadie comenta tu post. Pues yo tampoco, jejeje. Pero que conste, que te leo. Sirva este comentario de evidencia.
Xao
Siesp, no dudo que me leas. Y es más, me alegra el que te pases por el árbol de vez en cuando. Yo sigo vivo, aunque no lo parezca por lo ocupadísimo que estoy estos días.
Espero actualizar en breve...
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